En busca de la infancia perdida

hada en librosUna de las cosas que más extraño de mi niñez es esa sensación de deslumbramiento constante que encontraba en los libros. Ya fuera poesía o narrativa, historia o biografía, esas lecturas han marcado quien soy e incluso lo que escribo. Cómo el hombre se hizo gigante, de M. Ilin y E. Segal, podría ser una de las razones que me llevaron a convertir The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind, de Julian Jaynes, en uno de mis libros de cabecera sobre la evolución del cerebro humano y su vínculo con la espiritualidad antigua.

Mi primer libro sobre teoría de la relatividad.

Lecturas como Astronomía Recreativa y Física Recreativa, de Y. I. Perelman, y En el País de las Maravillas, de G. Gamow (que no era precisamente para niños, sino un libro de divulgación científica sobre la teoría de la relatividad que leí decenas de veces porque se me antojaba casi un cuento de hadas), también pudieron ser la causa de que hoy tenga un estante repleto con tomos sobre física cuántica y astrofísica que van desde el paradigmático A Brief History of Time, de Stephen W. Hawking, pasando por In Search of Schrödinger’s Cat, de John Gribbin, y llegando al polémico The Holographic Universe, de Michael Talbot.

Comparto con algunos amigos esa añoranza por los libros que, siendo o no catalogados para niños, nos abrieron tempranamente las puertas a todo un panorama humano y científico, con tintes de magia, al menos para nuestra mirada infantil, deslumbrada ante un universo que empezábamos a descubrir.

Aunque los niños y los jóvenes de hoy siguen leyendo, no estoy muy segura ―a juzgar por lo que veo en las librerías y en Internet― que estén nutriéndose de los autores que más contribuirían a su vocabulario o sus conocimientos. Espero sinceramente estar equivocada. Ojalá muchos lean aún a Alejandro Dumas, Julio Verne, Lewis Carroll, Arthur Conan Doyle, Daniel Defoe, Jack London, Edgar A. Poe, Antoine de Saint-Exupery, Walter Scott, Mark Twain, H.G. Wells, y tantos otros escritores, que nunca cesaron de hechizar a los jóvenes de otras épocas.

Portada de la edición cubana (Editora Juvenil, 1966)

Y en esta lista también incluyo a divulgadores científicos como los ya mencionados, a los que poco o ningún crédito se les da en la formación y desarrollo del intelecto infantil. ¿Quién ha podido olvidar, después de leerlo, un libro como Cazadores de microbios, de Paul de Kruif? ¿O Un paseo por la casa, de M. Ilin, donde uno de enteraba desde las costumbres en la mesa durante la Edad Media hasta la historia secreta, con visos de espionaje, sobre la fabricación del espejo? Debería imponerse la moda de rendir tributo a esos científicos e historiadores que han logrado poner al alcance de los niños todo ese acervo cultural que resulta tan difícil de explicar a los adultos que no tuvieron la suerte de contar con padres o guías que los iniciaran en esas lecturas.

No es de extrañar que mi niñez pasara como un soplo. El tiempo se me iba con la cabeza metida en los libros, soñando con épocas y mundos lejanos, e imaginando qué y cómo pensarían sus personajes. Y a pesar del tiempo transcurrido, no he olvidado a todos esos autores e historias. Recuerdo, por ejemplo, los veinte tomos de la enciclopedia El Tesoro de la Juventud que fui leyendo poco a poco, cada vez que mi padre me llevaba de visita a casa de un tío suyo, quien conservaba aquella edición encuadernada en cuero, de principios de siglo, en el estante inferior de un librero.

Tomo 12 (El Tesoro de la Juventud)

Acostada en el suelo, con las manos apoyadas en la barbilla, iba enterándome de las maravillas de la ciencia y la tecnología que, aunque atrasadas ya para mi época, me cautivaban de igual manera. Pero más que todo me apasionaban los cuentos de hadas, maravillosamente ilustrados con dibujos en sepia al estilo victoriano, que poseían un aire de misterio aún mayor que otras imágenes modernas. Creo que si ahora mismo me dieran la noticia de que esos tomos iban a ser publicados en versión digital, correría a comprarme un tablero de lectura, aunque ya saben los lectores que no soy precisamente fanática de ese soporte.

No he podido evitar que, de un tiempo a esta parte, toda esa nostalgia me haya llevado a reencontrarme con los clásicos de épocas pasadas, incluyendo los que conocí en mi adolescencia. Hace unos meses volví a leer Crimen y castigo, de F. Dostoyevski, que salvo unas pocas descripciones que hoy me parecen prescindibles, disfruté de nuevo. También he repasado varias obras de Shakespeare y algunos clásicos de la ciencia ficción (Ray Bradbury, Isaac Asímov, Theodore Sturgeon, Ursula K. LeGuin) que no había leído en años.

La semana pasada leí por primera vez Naná, la única novela de Emile Zola, que se me pasó entre todas las obras de este autor que se publicaron en Cuba… de lo que me alegro, porque he podido regalarme una lectura inédita y mil veces más placentera que la que me han proporcionado unos cuantos best-sellers modernos. He saboreado esas descripciones de ambientes, dibujadas con un vocabulario coloridamente decimonono, de voluptuosidad opulenta y casi rubensiana. Ha sido una delicia recuperar giros y vocablos (que hoy se han esfumado del español), gracias a una excelente traducción, como las que abundaban en los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, que contrasta con las penosas traducciones que se realizan en la actualidad, donde el vocabulario de traductores y editores ―salvo excepciones― compite con la pobreza del habla contemporánea.

Podría parecer extraño que haya mencionado ciertos títulos y autores en una reflexión sobre las lecturas de la infancia, pero fueron precisamente los clásicos infantiles los que me llevaron luego a otros más complejos. Las lecturas de la niñez son tan definitivas como los primeros cinco años de nuestras vidas. Sin ellas, difícilmente llegaremos a disfrutar luego con aquellos libros que más tarde nos mostrarán las infinitas facetas de la cultura y la lengua.

Los clásicos permanecen, aguardando quizás por nuevos lectores que prefieran ignorar esas repetitivas y predecibles historias que hoy se exponen en tantas librerías, y quieran internarse en los antiguos volúmenes que relatan conmovedoras tragedias y tramas capaces de iluminar el espíritu más apagado.

La doncella de Orleans llevada prisionera por los ingleses
(imagen tomada de la enciclopedia El Tesoro de la Juventud)

Por mi parte, planeo seguir reencontrándome con los clásicos ―ya tengo en fila algunos tomos de Benito Pérez Galdós―, no solo para recordar otros ambientes y modos de ver la vida, sino también para recorrer nuevamente regiones casi olvidadas de nuestro idioma, cada día más pobre y más necesitado de una antigua y heredada sabiduría.

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17 comentarios

Archivado bajo Astronomía, Ciencia, Clásicos, Cultura, Lecturas, Literatura

17 Respuestas a “En busca de la infancia perdida

  1. Todavía me acuerdo de mi primer libro de cuentos. Se llamaba «Habia una vez». Tenía un montón de ilustraciones en colores que yo trataba de imitar con mis garabatos. Gracias por despertarme la memoria con este articulo. Me encanta todo lo que escribes en tu blog.

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  2. Antonio Aguilar

    Agradable poder reeler estos clasicos. Ahora es momento de compartir, para una nueva generación creativa! Visitar una librería y/o biblioteca los libros te invitan a tocar y hacer vivir sus letras!

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  3. Así es, Antonio. Y lo lindo es que todos tenemos siempre libros de nuestra infancia que recordamos con cariño. Yo podría hacer una lista entera, pero no me bastaría con un post.

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  4. ANTONIO MORA VÉLEZ

    ME HAS HECHO RECORDAR ESOS VIEJOS LIBROS COMO EL QUE MENCIONAS DE ILIN y SEGAL. COMO LOS DE VERNE Y H.G. WELLS. EL ORIGEN DE LA VIDA DE OPARIN. Y TANTOS OTROS. Y TIENES RAZÓN HOY LOS NIÑOS Y LOS JOVENES NO LEEN ALGO PARECIDO PERO NO ES CULPA DE ELLOS SINO DE QUIENES LOS PONEN A LEER OTRAS COSAS.

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  5. Soy un lector recurrente. Todos los años vuelvo a las páginas de un libro leído en cualquier época de mi vida. Es un viaje de placer. También creo que en la niñez, cuando uno tiene la mente pura de vacío uno introduce toda clase de información. Es una costumbre que seguiremos por siempre, pero llegado un momento el intelecto empieza a cuestionarse que hacer con todo lo asimilado. por eso uno se asombra menos, quizá. Y piensa más. es algo natural.

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  6. Yey Cruz

    Daina, soy muy joven y he querido habitar tantas vidas que me siento a veces perdido. Esos clásicos que te forman cuando te encuentras colgado de un libro, incluso en medio de un apagón general. De esos que habla el escrito, que te tatúan un sabor diferente de los otros, que te mandan a leer los maestros, o los amigos. A mi me despertó a otro Yey; Monterroso diciendo: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». La diferencia es que mi dinosaurio era verde y tenía muchas pulseras.

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  7. Gracias por tu hermoso comentario, Yey. Te lo agradezco doblemente. Si mis dinosaurios te siguen acompañando hasta hoy, me doy por más que satisfecha.

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    • Yey Cruz

      Tus dinosaurios son una presencia de luz de la que no puedo prescindir. En la vorágine que es el mundo contemporáneo son un halo de sensatez y futuro prometido, para todos los que soñamos con un mundo mejor. Otros autores que me han marcado; Kafka, desde “La metamorfosis” hasta “El castillo”, Daniel Chavarria “Viudas de Sangre”, García Márquez, desde “El amor en tiempos de cólera” hasta “Cien años de soledad”. Creo que la lista seria extensísima. Gracias por todo Daína, Idge y la abuela, Verde-Verde, tu presencia. (Y)

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  8. Descubrir todo un mundo en la biblioteca de mi pueblo en la villa del santo espíritu fue como una sentencia de que nada volvería a ser lo mismo. Mi cuerpo se trasladaba a otros mundos, a otros cuerpos y era genial. Ya no estaba solo, ni era raro, ni diferente. Aprendí a detallar en lo pequeño de las cosas, a pensar desde todos los ángulos posibles, a vivir en mayúsculas y creo que es el momento de dar gracias, por el milagro de las palabras compartidas que hicieron de mí quien soy en realidad.

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  9. Felicitarlos por este blog e invitarlos al nuestro que trata de actividades y cosas para los mas chicos. Esta en inglés pero pronto haremos posts en español. De todos modos pueden echar un vistazo al contenido. esperamos sea de su agrado. Desde luego los invitamos a seguirnos! Un abrazo grande desde Argentina =)

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  10. Sucarino

    Hola Daina un gusto rememorar tu obra y aun mas, nuestras experiencias comunes de cuando eramos niños. Aun recuerdo cuando lei por primera vez Los Mundos que Amo, ya casi perdido en mi memoria pero que inmortalizaron tu nombre en mi para siempre. No sabia que tenias un blog. He llegado aqui a traves de «El Tesoro de la Juventud», que hasta el dia de hoy me sigue dando sorpresas como esta. Confieso que el hombre que soy, con mas aciertos que reveses, lo debo por entero a aquellas horas interminables de magnifica lectura. Gracias abuelo!

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  11. En mi caso fueron «El cantar de los nibelungos» y «La Vida de Merlín» de Robert de Boron

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  12. Rossie Ibarra

    A mí también mi niñez se me fue como un soplo entre libros. Mis tesoros hasta hoy son la colección completa de Papelucho de Marcela Paz (Chile), los clásicos de Julio Verne y Emilio Salgari, los misterios de Agatha Christie, la colección Quimantú de mis padres. Humor, creatividad, aventuras, sentido social, y en fin, tantos elementos presentes en estos libros que te estimulan y a la larga terminan definiendo quién eres.
    Saludos desde Chile!, excelente blog

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  13. jose alves de sousa

    Achei lindo o seu Blog e tudo que voce escreveu neste «Post»
    de sua lembranças quando era pequena e de suas leituras, parabens por seus escritos e dicas… voce tem uma alma linda, vejo daqui de longe, que somos muito parecidos…
    obrigado!!!

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  14. geomanys

    hola daina .
    me ha gustado mucho tu blog y comparto tu opinion sobre la importancia de aquellos de la infancia .No he sido una buena estudiante pero estrañamente me gustaba leer ,para mi desgracia mis padres eran de los que opinaban que el tiempo que dedicaba alibros inservibles lo deveria utilizar en

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  15. Maykel

    Yo aún recuerdo mi primer libro. ¡Me fascinó! Siempre he dicho que de no haberlo leído (a los 11 años, hasta entonces sólo leí historietas), hoy no sería la persona que soy. Me refiero a «Cuentos de Hadas para Adultos». De ellos, «La Granja» es mi cuento favorito. Y siempre que deseo repetir aquella sensación de misterio y fascinación, vuelvo a él, pues todavía conservo aquel maltrecho ejemplar. Si no fuera por Daína Chaviano, hoy yo no sería escritor. Ni me gustaría la ciencia-ficción y la fantasía. Hasta tal punto, que mi sobrina se llama Daína… Mi libro de cabecera durante la adolescencia fue «Fábulas de una abuela extraterrestre». Y creo que aún guardo en casa aquella fotonovela (ya sin cubierta, jajaja!) de «Los mundos que amo».

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  16. El Tesoro de la Juventud ha significado un verdadero Tesoro en mi vida. Buscando en Internet descubrí que también se encontraba entre las lecturas preferidas de Julio Cortázar. Igual que tú, me encantaría ver esta enciclopedia publicada de nuevo.

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