Un milagro llamado Israel (Tercera Parte)

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Parte de las viejas Murallas de Jerusalén, vistas desde un puente para peatones. (© Foto de la autora)

Israel es un país donde el tiempo desaparece. Los saltos del presente al pasado –y al revés– ocurren sin que exista siquiera una zona intermedia entre ambos. Podemos estar en un vehículo con aire acondicionado y wi-fi, transitando por una autopista, para de pronto bajarnos en medio de las ruinas de Capernaum, junto al mar de Galilea, y ver las mismas calles por donde predicó Jesús.

Y si tenemos suerte, hasta podríamos imaginar que vislumbramos el posible futuro de ese impredescible lugar. Al menos tuve esa impresión cuando visité el Parque Industrial de Barkan, en la región de Samaria: un ejemplo de que los israelíes y los palestinos pueden trabajar y coexistir en paz.

Ni tan tirios ni tan troyanos.

¿Recuerdan aquella frase sobre “tirios y troyanos” para representar a facciones enemigas irreconciliables? Esa era la idea que yo tenía sobre lo que eran las relaciones entre árabes y judíos. Este viaje me sirvió para confirmar que la prensa internacional suele ofrecer una visión bastante sesgada sobre la situación en que vive Israel. Para empezar, por sus calles pasean judíos y musulmanes, árabes e israelitas, sin que ocurra una hecatombe.

Nuestro grupo, que incluía anfitriones hebreos que nos servían de guías, almorzó con nosotros en pequeños restaurantes y fondas cuyos dueños y clientela eran árabes o musulmanes, sin que nadie nos mirara dos veces. En un supermercado de la cadena Rami, una de las más populares en Israel, alguien le preguntó a un trabajador árabe qué pensaba del conflicto territorial árabe-israelí y cómo creía que este se solucionaría. “Vengo a trabajar aquí por mi familia y mis tres hijos», fue su respuesta. «La solución es que los árabes aprendan a vivir con los judíos, y viceversa. Personalmente, no me importa que esta tierra sea palestina o judía. Todos somos humanos”.

Obreros palestinos que trabajan en el complejo industrial Barkan, en la región de Samaria, Israel. (© Foto de la autora)

Unos 120.000 palestinos trabajan en Israel, porque allí las condiciones laborales son mejores que las que reciben en su propio país, incluidos salarios que triplican los que ganarían en su lugar de origen. De hecho, tienen los mismos salarios y beneficios que los israelíes, entre ellos, vacaciones pagadas, días de ausencia por enfermedad con sueldo completo, y el derecho a no asistir al trabajo en sus días festivos religiosos, sin que tampoco se les deje de pagar.

En los centros donde israelíes y palestinos trabajan juntos, es común que se feliciten mutuamente en sus fechas de conmemoración religiosa.

Esta coexistencia que vi por todas partes no aparece reflejada jamás en la prensa occidental, que se limita a pregonar los incidentes negativos, muchas veces de manera adulterada o parcializada.

Cierto que no todo es color rosa. Mientras paseábamos por el mercado árabe de Jerusalén, a pocas cuadras de donde estábamos, un palestino acuchilló a un soldado israelí, lo cual produjo un operativo en la zona para apresarlo.

Aunque estos incidentes se producen de vez en cuando, lo cierto es que la mezcla de judíos ortodoxos, israelíes árabes, árabes cristianos y cuanta combinación de culturas y religiones pueda uno imaginar, que comen, compran o pasean por las mismas plazas y calles, constituye un espectáculo tan extraordinario para ojos occidentales que —solo por el placer de contemplarlo— vale la pena el viaje.

Para los occidentales que venimos con la cabeza llena de las noticias que pintan otra realidad, esta clase de letreros en hebreo y árabe que pululan por Israel parecen de ciencia ficción.

Para los occidentales, saturados de noticias que pintan otra realidad, esta clase de letreros en hebreo y árabe que pululan por Israel parecen casi de ciencia ficción. (© Foto de la autora)

Tampoco digo que no haya tensiones. Es obvio que no todos los palestinos al otro lado de la frontera se sienten eufóricos con la existencia de Israel. Como siempre, hay de todo en la viña del Señor, pero las cosas no son tan en blanco y negro como nos hacen creer las noticias.

Miles de palestinos practican la convivencia pacífica con ese estado “enemigo” que recibe a sus trabajadores. Y no hablo solo de obreros, mecánicos u otros oficios de nivel medio, sino también de técnicos de la salud, especialistas y doctores altamente calificados.

En el Centro Médico Rambam —acrónimo del Rabino Moshe n Maimón, más conocido como Maimónides, filósofo y médico sefardita nacido en Córdoba (al-Ándalus), actual Andalucía—, doctores musulmanes, judíos y cristianos atienden a pacientes de múltiples denominaciones religiosas.

Uno de los edificios del Centro Médico Rambam. (© Foto de la autora)

El centro ha atendido a decenas de víctimas del conflicto en Siria, especialmente a niños. Su departamento de pediatría también ha recibido y tratado a niños enfermos de cáncer, provenientes de ese país.

Otro dato interesante es que Rambam tiene en su nómina a la Dra. Suheir Assady, la primera mujer musulmana que dirige un departamento de nefrología en Israel.

Ejemplo de diversidad étnica y religiosa en Rambam. En la foto, parte del personal médico que conocí: un árabe cristiano, un musulmán y un judío. (Fotografía de la autora)

Diversidad étnica y religiosa en Rambam. Un árabe cristiano, un musulmán y un judío: parte del personal médico que conocí. (© Foto de la autora)

Unos 60 árabes musulmanes también colaboran o trabajan allí. Por eso la institución mantiene un comité de ética que lidia con los asuntos de las diferentes religiones –que a veces interfieren con las decisiones médicas– con el fin de hallar la mejor solución para enfermos y doctores.

Dada la gran diversidad que existe en el personal de este centro, no es de extrañar que se hayan producido matrimonios interreligiosos entre sus trabajadores.

Rambam –que más bien parece una ciudad que un centro de cuidados médicos– está constituido por diversos departamentos especializados, tales como el Hospital Pediátrico, el Centro de Oncología, el Hospital Cardiovascular y el edificio de Investigaciones Biomédicas. Además, cuenta con un parqueo subterráneo para 1.500 vehículos que, en caso de guerra, puede convertirse en un hospital para 2.000 camas, completamente equipado y listo para resistir ataques químicos o biológicos, y capaz de generar su propia energía y suficiente reserva de oxígeno, agua potable y suministros médicos para tres días.

Este hospital/búnker subterráneo fue fundado y subvencionado con los fondos donados por Sammy Offer (1922-2011), uno de esos individuos filantrópicos que son la norma en el pueblo hebreo –algo de lo que carecemos en Latinoamérica, donde los millonarios rara vez hacen donaciones para obras sociales, educativas o culturales, a menos que busquen algún tipo de propaganda personal o para apoyar sus propios intereses.

Aunque conozco algunos grandes hospitales en Estados Unidos, debo decir que Rambam me sorprendió. Las explicaciones y charlas de los doctores y de su personal administrativo sobre los modos en que enfrentan sus tareas y lidian con las complejidades del entorno humano, su capacidad para explicar a los visitantes legos el curso de algunas de sus investigaciones, resultaron impresionantes.

No hay duda de que una de las cualidades que ha convertido a Israel en un milagro económico y social es la capacidad creadora de su pueblo, pero sus avances en la industria y en la medicina, en la tecnología digital y en la agricultura, son cuestiones que la prensa mundial prefiere ignorar consuetudinariamente.

Hace unos días, por ejemplo, la BBC anunció que el hospital St. Mary, en Londres, había realizado una cirugía cerebral con ondas de ultrasonido, sin bisturí ni anestesia. Dicha operación había eliminado exitosamente ciertos tejidos cerebrales que provocaban temblores incontrolables en un paciente que no podía tomar un vaso de agua sin derramarla. El artículo añadía, casi al final, que la máquina utilizada en el procedimiento, llamada Exablate Neuro, había sido «creada por una empresa tecnológica con sede en Israel», sin más aclaraciones. La nota fue reproducida en muchos otros países. El Saludiario de México, por ejemplo, la publicó con el título «Médicos realizan primera cirugía cerebral sin anestesia ni bisturí», sin siquiera añadir la breve frase que develaba su país de origen –lo cual, de hecho, habría desmentido que se trataba de la «primera» intervención de ese tipo.

Porque lo cierto es que tanto el equipo como el procedimiento habían sido desarrollados en el Instituto Tecnológico Technion de Israel. Y no solo eso, la propia cirugía también se había realizado con éxito en Israel, en 2013, específicamente en el centro médico Rambam que visité. En aquel momento, la prensa occidental decidió ignorar el hecho, pese a que fue ampliamente difundida por diversos medios israelíes. Pero ya ustedes recordarán lo que comenté en mi primer artículo de esta serie sobre la parcialización de la prensa hacia las noticias de Israel. Y si esto ocurre en relación con la ciencia y la tecnología, ya podrán imaginarse las tergiversaciones relacionadas con la política.

Por falta de tiempo, no podré narrar todas y cada una de mis vivencias en este viaje. He querido compartir, al menos, varias de las que más me impresionaron. Como soy una amante furiosa de la arqueología y la historia antigua, siempre pensé que esa sería la porción más extraordinaria de la experiencia, pero debo reconocer que acercarme al Israel moderno ha sido tan alucinante como explorar el más antiguo.

Junto al Mar de Galilea: Capernaum.

El Mar de Galilea es, en realidad, un lago de agua dulce situado a unos 200 metros bajo el nivel del mar. En sus orillas se encuentran muchos de los lugares vinculados con la historia de Cristo.

A la entrada de Capernaum

El primero que visité fue Capernaum (o Cafarnaúm), conocido entre los creyentes como «la ciudad de Jesús». Su vínculo con el Mesías es mencionado en los evangelios: «Cuando Jesús oyó que Juan el Bautista estaba en la cárcel, se marchó a la región de Galilea. Pero no volvió a su casa en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaúm, que está junto al mar de Galilea». (Mateo 4, 12-13)

De hecho, allí realizó Jesús muchos de sus milagros y reclutó a buena parte de sus discípulos: Simón Pedro, Andrés, Santiago, Juan (que eran pescadores) y Mateo (que era recaudador de impuestos).

Los orígenes de este poblado se remontan al tercer milenio a. de C. En la época de Jesús, era un asentamiento fronterizo que recibía buena parte de sus ingresos de la recaudación de peajes. El resto de su economía provenía de la pesca, la agricultura, la industria y el comercio. Pocos años después de la muerte de Jesús, se convertiría en un importante centro de peregrinación para los cristianos. Al parecer, sus habitantes conservaron vivo el recuerdo de los años que el nazareno vivió entre ellos.

Por estas mismas calles laberínticas debió caminar Jesús. Al fondo, el Mar de Galilea donde cuatro de los apóstoles se ganaban el sustento. (© Foto de la autora)

Los arqueólogos aseguran que, gracias a las excavaciones, han logrado identificar el hogar del apóstol Simón Pedro –cuyo nombre de nacimiento era Shimon bar Ioná. Me imagino que, al igual que yo, muchos deben haberse preguntado lo mismo. Dado el inmenso tiempo transcurrido y la ausencia de archivos, ¿cómo pueden determinar los arqueólogos que se trata de la casa del apóstol que acogió a Jesús mientras este vivió en el pueblo?

Responder a esta pregunta me resultó tan fascinante como seguir la pista de una trama detectivesca. Un poco de investigación me dio la respuesta.

Para empezar, la capa de estratos más antigua de las excavaciones indica que la vivienda identificada como la casa del Pedro fue construida en el siglo II, antes de Cristo. Confirmar que se trataba de una vivienda familiar fue posible gracias a que, en esa misma capa, se encontraron cerámicas típicas de un hogar de la época (cazuelas, jarras, cuencos), además de monedas, lámparas de aceite y anzuelos de pesca que indican el oficio de sus habitantes.

Reconstrucción gráfica de Capernaum, en la época de Jesús.

Reconstrucción gráfica de Capernaum, en la época de Jesús.

Las excavaciones mostraron que, más tarde, a mediados del siglo I —unos cincuenta años tras la muerte de Jesús—, la casa experimentó una metamorfosis. Sus muros fueron encalados y también se revistió el suelo con capas de yeso.

Hay que aclarar que, en tiempos del imperio romano, las casas de los pobres solo se enyesaban si servían para algún tipo de función pública importante. Esto indica que, por alguna razón, los habitantes de Cafarnaúm decidieron escoger aquella casa, que antes había sido una vivienda privada, como centro de reunión social o de otro tipo. Y esto ocurrió en una época en la que aún podían haber estado vivos algunos de los que conocieron a sus inquilinos originales. Suponiendo que algunos de ellos hubieran tenido diez o veinte años en la época en que Jesús vivió, habrían sido ancianos de sesenta o setenta años cuando se produjo aquel cambio de categoría en la edificación –tiempo suficiente para que la doctrina cristiana se hubiera extendido hasta transformarse en una secta con seguidores. Es decir, la conexión o el conocimiento de quién o quiénes habían habitado en aquella casa era algo que, con toda probabilidad, debieron conocer los últimos testigos contemporáneos de sus antiguos residentes. Y ese, creo, es el vínculo más importante para establecer el seguimiento de un culto que se perpetuó después.

A partir de la fecha en que la vivienda pareció convertirse en lugar de reunión comunitaria (¿un santuario, quizás?), los restos encontrados dejan de ser los que cabría hallar en un hogar y pasan a ser mayoritariamente los de un sitio de culto o de reuniones. Al menos, casi todos los objetos desenterrados son lámparas.

El edificio mantuvo aquella condición hasta el siglo IV. En ese momento, en torno a la habitación principal de la antigua casa, denominada «insula sacra» (isla sagrada), se hicieron nuevas transformaciones. Se añadió un muro de gran altura, con dos puertas de acceso, que parecía subrayar su importancia. El resto de la casa fue ampliada y retocada. La estancia cuadrada principal, que se había vuelto objeto de reverencia, se dividió en dos espacios rectangulares unidos por un arco central.

Muro octogonal interior de la época bizantina. Son los restos de la desaparecida basílica. (© Foto de la autora)

Esta configuración concuerda con el testimonio de Egeria, una peregrina que viajó a Tierra Santa a finales del siglo IV, y que escribió: “La casa del príncipe de los apóstoles ha sido convertida en iglesia, y sus paredes están como entonces”. La tradición de lo que había sido aquel edificio aún permanecía viva en esa época.

Aún pueden admirarse los hermosos mosaicos bizantinos que cubrían el piso de la basílica bizantina construida sobre la casa de Pedro. (© Foto de la autora)

La estructura se mantuvo hasta el siglo V, cuando fue desmantelada para construir una basílica a su alrededor. Tres octágonos formaban el plan de la basílica: uno interior, que rodeaba la ínsula sacra, otro algo mayor, y un semi octágono exterior. El pequeño octágono central fue colocado directamente encima de la casa de Pedro con el fin de marcar y preservar su locación, ahora cubierta definitivamente bajo el suelo de mosaicos que aún hoy son visibles.

La basílica siguió en pie hasta el siglo VII, cuando fue destruida posiblemente por los persas. Varias estructuras medievales se levantaron en el área de la iglesia desaparecida, pero ninguna sobrevivió.

Finalmente en el siglo XX, al redescubrirse las ruinas y establecerse su significado, se construyó un memorial encima para protegerlas. El nuevo edificio, elevado sobre pilares, también es octogonal.

Mientras indagaba en toda esta historia, me llamó la atención la repetición de la cifra ocho en tantas edificaciones octogonales. Al recordar la importancia simbólica que tenían los números en la antigüedad, investigué un poco más y descubrí que, para el cristianismo primitivo, el ocho era el número de la resurrección.

Vista aérea de la parte ya excavada de Capernaum, a oprillas del Mar de Galilea. La actual edificación en forma octogonal protege las ruinas de lo que fuera la casa del apóstol Simón Pedro, donde vivió Jesús durante su estancia allí. Las blancas ruinas de la enorme sinagoga aún se alzan detrás de la iglesia.

Vista aérea de la parte ya excavada de Capernaum, a orillas del Mar de Galilea. La actual edificación en forma octogonal protege las ruinas de lo que fuera la casa de Simón Pedro, donde vivió Jesús.

Actualmente, junto al memorial, quedan los restos del poblado, cuyas calles y cimientos pueden verse desde una gran terraza elevada, que no aparece en la foto de arriba porque se levantó después.

Esa terraza se encuentra a un costado de la sinagoga blanca, frente a las ruinas. Una baranda de hierro impide el paso; pero aunque no se pueda caminar entre los cimientos, uno puede imaginar fácilmente cómo se verían esas calles durante la época en que las sandalias de sus habitantes deambulaban por ellas.

Los que me conocen o han leído mis novelas saben que me fascina la arqueología y las reconstrucciones históricas. Así es que no he podido evitar dejarles esta otra imagen que encontré. Creo que puede complementar el primer dibujo que incluí más arriba.

Otra reconstrucción de Capernaum, en la época de Cristo.

Otra reconstrucción de Capernaum, en la época de Cristo.

Mención aparte merece un edificio posterior, levantado sobre los restos de Capernaum. Son las ruinas de una gran sinagoga blanca, considerada una de las más antiguas del mundo, que data unos 300 ó 400 años después de la muerte de Jesús, a escasos pasos de donde estuviera la casa de Pedro. El edificio, de indudable estilo romano, está compuesto por cuatro grandes espacios: la sala de oración, el patio occidental, la balaustrada meridional y un pequeño salón al noroeste.

Bajo el sol de Galilea, las piedras de la sinagoga son tan blancas que pueden deslumbrar. (© Foto de la autora)

Cuando uno recorre la sala de oración, carente de techo, no queda más remedio que admirar la majestuosidad de su espacio y las enormes columnas de piedra que conservan sus capiteles corintios. También se conserva casi intacta la enorme banca adosada a las paredes, donde se sentaban los asistentes y en la que muchos turistas también se acomodan para descansar y admirar la arquitectura que los rodea.

La larga banca de la sinagoga mantiene su superficie perfectamente lisa. Si ahora estas ruinas parecen magníficas, ¿cómo serían en todo su esplendor? (© Foto de la autora)

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4 comentarios

Archivado bajo Arqueología, Cultura, Viajes

4 Respuestas a “Un milagro llamado Israel (Tercera Parte)

  1. Lazaro

    Gracias, Daina. Me encanta tu blog y desde hace años, simpatizo mucho con Israel.

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  2. Erian

    Hermoso texto Daína. Abrazos desde Cuba.

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  3. He aprendido mucho con tus posts. Que 2017 te traiga muchas cosas buenas. Gustando y compartiendo desde Taos…

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  4. Maravilloso, Daína. Me encanta leer tu visión y conocimiento de los lugares que visitas.
    ¡Muy felices fiestas!

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