Muchas veces me pregunto por qué tanta gente con variados problemas y obstáculos personales, sociales o familiares para tener hijos insiste en ello, como si sus genes fuesen lo más valioso del universo, como si sólo perpetuando su sangre el resto del mundo fuera a conseguir la paz universal o la erradicación de la pobreza. Algunos de estos casos recuerdan más la patología de un narcisismo mal dirigido o de un ego desbocado que un sincero amor por la infancia.
Hace años, cuando aún vivía en Cuba y estaba en mi segunda década de vida, tomé la decisión de que no tendría hijos biológicos. Nunca me ha gustado mucho el planeta donde me tocó vivir. Así es que no quise infligir en una criatura a quien seguramente querría más que a mi vida la experiencia de venir a un mundo tan poco amable y tan lleno de peligros y situaciones a veces horrendas.
Debe estar conectado para enviar un comentario.