No me avergüenza admitirlo: soy una amante de las series de televisión… siempre y cuando sean diferentes a otras de asunto similar, se alejen de los clichés, y tengan buenas actuaciones y realización. Este es el caso de Bates Motel, que se está transmitiendo por el canal de cable A&E en Estados Unidos. ¿Recuerdan el legendario filme Psicosis (Psycho), del maestro del suspense Alfred Hitchcock? ¿Recuerdan a su protagonista, el psicópata Norman Bates, interpretado por Anthony Perkins? Pues Bates Motel narra la adolescencia del joven Norman, un chico tímido y apuesto, de una inocencia apabullante, que se muda con su dominante madre al motel donde años más adelante (en un futuro cinematográfico) ocurrirá la trama de la película.
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Tres lecturas mágicas
Últimamente he estado leyendo obras que las editoriales clasifican como literatura juvenil. Decidí hacerlo después de tropezar con Aire negro, una excepcional novela clasificada bajo esa categoría de la que hablé en un post anterior. Su descubrimiento me convenció de que la literatura –a veces mal llamada– juvenil podía ser un depósito de sorpresas en un mercado donde abunda la violencia y escasea la originalidad. Así, pues, me di a la tarea de buscar en ese terreno y he encontrado maravillas, no solo de autores contemporáneos, sino de clásicos que había pasado por alto. Uno de esos clásicos pendientes era María Gripe (1923-2007), reconocida autora sueca para niños y jóvenes que había oído mencionar mucho, pero que no había leído. Mi primer encuentro con su obra ha sido Agnes Cecilia (Ediciones SM, 1985), una extraordinaria historia de suspense sin asesinatos, sangre o violencia; y sin embargo, es un libro que nos hace andar casi de puntillas ante los fantasmas que pueblan sus páginas.
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Suspenso en clave gallega
Hace algún tiempo cayó en mis manos, gracias a un amigo, la novela Aire negro, del escritor gallego Agustín Fernández Paz (Lugo, 1947). Me aseguró que era una excelente historia de suspenso, pero recibí la aclaración con desconfianza. Después de mis lecturas juveniles de Poe, Lovecraft, Deleth, Maupassant y otros clásicos del género, tenía la impresión de que los escritores contemporáneos habían abandonado el género, tal y como debería ser en su estado más puro y esencial, es decir, sin el auxilio de esa violencia repetitiva que, al parecer, es la muleta con que muchos autores parecen suplir la falta de imaginación para tramar una buena historia, sin acudir al facilismo constante de la agresión física contra sus personajes. Lejos de lo que había esperado, la lectura de esta obra me dejó una sensación de escalofriante hechizo que hacía muchos años no sentía.
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