Un vampiro con voz diferente

Una de las peores consecuencias de la masificación literaria que ha posibilitado que tantos escritores improvisados publiquen textos mal pensados y peor escritos, llenos de lugares comunes, es que temas tradicionalmente interesantes han quedado desprestigiados, dañados, envilecidos, contaminados, denigrados, abaratados —y pudiera seguir añadiendo epítetos— para los lectores que buscan argumentos auténticamente originales.

Uno de esos temas es el vampirismo. Tras la aparición de aquellas fabulosas ficciones decimononas de John William Polidori, Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, Alexei K. Tolstoi, y otros autores posteriores hasta llegar a finales del siglo XX, que enriquecieron el mito, una vez que se inició la autopublicación digital y se trivializó la esencia de su metáfora, el vampiro se convirtió en una de las figuras más banalizadas por la comercialización seudoliteraria, hasta el punto en que muchos lectores que antes amábamos ese tipo de historias góticas dejamos de buscarlas.

Sin embargo, de vez en cuando, gracias al filtro de esos buenos editores y concursos literarios que aún existen, aparecen vampiros que logran sorprendernos. Uno de mis recientes descubrimientos proviene de un título catalogado como literatura juvenil. Honestamente, si lo hubiera visto en una librería, lo habría desechado debido a la ilustración de la cubierta; no porque sea una mala ilustración (que no lo es), sino porque claramente se trata de una imagen dirigida a adolescentes. Por suerte, conozco a especialistas en literatura juvenil que me recomiendan joyas como esta que, de otro modo, jamás hubiera leído.

La novela Donde nadie oye mi voz (Premio FeNal-Norma, 2019), del mexicano Juan Carlos Quezadas, propone una de las más novedosas miradas al mito que he leído desde que empezó este milenio.

Narra las vicisitudes de un adolescente que vive en un húmedo barrio de Budapest. Su padre es su héroe, aunque sea un monstruo… porque se trata de un padre vampiro, si bien bastante diferente al que describe la tradición. Para empezar, el sol no lo mata y es capaz de subsistir sin sangre humana. Además, tiene dos trabajos: uno como vendedor de antigüedades, que le da para vivir, y otro como dibujante de historietas gráficas, una labor que realiza por placer y que es su verdadera vocación. Además de trabajar como cualquier ciudadano común, este vampiro asiste regularmente a la consulta de una psicóloga, aquejado por un terrible secreto que nadie conoce, ni siquiera su hijo…

A través de esas sesiones con la psicóloga, nos vamos enterando de lo que lo atormenta. Estos diálogos entre adultos se van alternando con capítulos narrados desde el punto de vista del hijo.

No puedo añadir más para no estropear la trama. Toca al lector descubrir lo que se oculta en el resto de la historia que, aunque contiene algún episodio no exento de humor, es más bien un drama psicológico.

Aunque todo se inicia con un asesinato, el resto no se desarrolla como cabría esperar de una nouvelle noire, aunque posee elementos para serlo. El énfasis se encuentra en la psicología de los personajes, en lo que dicen y lo que ocultan, pero sobre todo, en los secretos de una criatura atormentada por su propia inmortalidad.

Un detalle curioso es que dos o tres episodios que no se revelan del todo en el texto son contados a modo de cómics en blanco y negro que irrumpen en medio de la narración, en una especie de guiño cómplice hacia el lector, quien ya conoce la afición del vampiro por las historietas gráficas.

La novela es relativamente corta (185 páginas), pero no necesita más para dar rienda suelta a las complejidades y los padecimientos emocionales de sus dos personajes principales.

Donde nadie oye mi voz no solo es una lectura apta para jóvenes, sino para todos aquellos que, como yo, ya habían dejado de sorprenderse con las historias de vampiros.

2 comentarios

Archivado bajo Fantasía, Lecturas, Reseña

2 Respuestas a “Un vampiro con voz diferente

  1. Guadalupe

    Lo compraré y te comparto la opinión. Muchas gracias.

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  2. Hola, Daína.

    Me encantó tu reseña.

    Le envié el enlace a Juan Carlos Quezadas.

    Un abrazo, Sergio

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