De Cantón a La Habana: Una historia de chinos en Cuba

Cuando hace casi veinte años comenzaba mi investigación para escribir La isla de los amores infinitos, nunca imaginé que, lustros más tarde, fungiría como madrina en el nacimiento de otro libro —ajeno— también relacionado con la cultura china.

En mi novela trataba de mostrar, a través de una saga familiar, los conflictos raciales y culturales de las tres etnias principales que llegaron a conformar lo que hoy se conoce como la nación cubana. Ya se habían escrito textos académicos y de ficción sobre las etnias blanca y negra, provenientes de Europa y África, pero no existía ninguna novela que se sumergiera a fondo en los problemas sociológicos o psicológicos de esa cultura en Cuba; y apenas existían unos pocos libros testimoniales o investigativos sobre la colonia china en la isla. Si hoy esa bibliografía sigue siendo escasa, en aquel instante (hablo del año 1998) apenas superaba la decena de títulos.

Una vez que logré reunir toda clase de datos migratorios, históricos, sociológicos, estadísticos y etnográficos, me di cuenta de que no serían suficientes las cifras ni las notas de carácter histórico para llegar al universo interior de los individuos que integraron esa masa de inmigrantes.

Decidí buscar, entre los miles de cubanos que habitaban en mi ciudad (Miami), alguien que hubiera conocido de cerca o vivido en el Barrio Chino. Fue así que contacté con Alfredo Pong Eng, un arquitecto chino-cubano (hijo de chino y de española criada en Cantón), que había nacido y vivido en el seno de esa colonia durante sus tiempos de mayor esplendor. Él y su madre —a quienes agradecí de manera especial al final de mi novela— se convirtieron en las principales fuentes vivas que pusieron rostro y alma a esa porción de la historia que yo intentaba rescatar de las tinieblas.

Calle Zanja, la más emblemática del Barrio Chino habanero

Alfredo tiene una memoria prodigiosa. Recordaba al detalle hasta el más mínimo dibujo de las losas de un piso, el material de que estaba hecho un objeto, o los ingredientes y la manera de hacer un plato de los que se preparaban en El Pacífico, el más famoso restaurante chino de La Habana, donde trabajó siendo niño.

Nunca incluí todos los elementos y las anécdotas que me contó; solo usé lo que necesitaba para mi novela. Por esa misma razón, muchas veces le insistí para que pusiera toda esa información por escrito, porque estaba convencida de que él reunía un conjunto de vivencias que nadie más poseía. Creo que su profesión como ingeniero le hacía dudar de su capacidad para realizar semejante tarea. De todos modos, aquellas largas conversaciones sirvieron para forjar una amistad que dura hasta hoy.

Hace unos meses, en una visita que le hice, puso en mis manos un voluminoso mamotreto. Era el libro donde había reunido todos sus recuerdos, todas las anécdotas, todos los conocimientos que poseía sobre la comunidad china en Cuba. Me dijo que quería dejarlo como herencia a su nieto para que aquel trozo de historia no se olvidara.

Por razones legales, nunca leo textos inéditos; pero en este caso se trataba de un material que su autor solo destinaba al consumo familiar y quizás a unos pocos amigos. Sin embargo, apenas comencé a leerlo me di cuenta de que estaba ante un documento de valor extraordinario.

Pese a que ya conocía parte de aquella información, encontré muchas referencias y hechos nuevos. Era un testimonio único en la historiografía cubana. Y eso fue precisamente lo que le escribí en un correo al director de la editorial Aduana Vieja —especializada en temas cubanos— después de pedirle permiso a Alfredo para recomendarlo y ayudarle a buscar un editor.

La cultura cubana se merecía este libro. No solo narra el periplo de los inmigrantes cantoneses, con sus avatares y dificultades para incorporarse a la vida de un país extraño, sino que revela costumbres de esa etnia que nunca antes se habían contado. En él se muestran las claves de la ética laboral y familiar que explican el éxito de toda una comunidad, con detalles de la vida privada de sus integrantes, anécdotas inéditas sobre políticos con los que se relacionaron, secretos de la hechicería china que despertaron el interés de la contrainteligencia cubana, fotos valiosísimas y recetas del legendario restaurante El Pacífico, perdidas para las nuevas generaciones, pero que su autor conservó gracias a su memoria y experiencias en aquel lugar.

De Cantón a La Habana es una lectura que recomiendo a todos los que deseen descubrir uno de los rincones más esquivos de la historia de Cuba. Quienes se aventuren entre sus páginas encontrarán un texto tan apasionante como informativo. Y, sobre todo, tendrán acceso a un pedazo de esa Habana maravillosa y mágica de la primera mitad del siglo XX que hoy solo existe en el recuerdo.

Nota: El libro puede conseguirse en el sitio Web de la Editorial Aduana Vieja, entrando por este enlace.

Barrio Chino de La Habana (años 1940-1950)

2 comentarios

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2 Respuestas a “De Cantón a La Habana: Una historia de chinos en Cuba

  1. JG

    Donde puede encontrarse el libro, Daína? Me gustaría comprarlo. Conocí a ALFREDO, su esposa y a Matilde, su mamá, quien fue mi paciente a lo largo de 10 años. Disfrute mucho La Isla de los Amores Infinitos ( desde el título atrapa) y supe, por boca de Matilde , la relación que Uds. estableceiron. Ahora llego el momento de también leer su libro. Gracias, Julio Gómez

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