La literatura no siempre se hace con literatura: es lo que pienso al terminar de leer Gertrude y Alice (Tusquets, 1994), la exquisita y delirante biografía escrita por Diana Souhami sobre una de las parejas lésbicas más famosas del siglo XX: Gertrude Stein y Alice B. Toklas. Ambas norteamericanas de pura cepa, crecieron y vivieron en California, a escasa distancia, y finalmente se conocieron en el tumultuoso París de 1907. Desde entonces vivieron juntas hasta la muerte de Gertrude, en 1946. Pasaron en Europa las dos guerras mundiales, conocieron a casi todos los escritores, pintores y artistas célebres del período. Reunieron una extraordinaria colección de pintura, que compraron a precios hoy risibles, pues tuvieron contacto directo y supieron apreciar las obras de Picasso, Cézanne, Renoir, Braque, Matisse y otros grandes, cuando muchos de ellos aún no eran considerados clásicos. Sus tertulias incluyeron a escritores como Ernest Hemingway, Guillaume Apollinaire, Sherwood Anderson, Thorton Wilder y otros visitantes por el estilo. Algunos como James Joyce, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis y Dashiell Hammett, también tropezaron con ellas en medio de la ajetreada vida cultural de esos días.
Pero el libro es mucho más que el retrato de esa época gloriosa entre guerras donde surgió la Generación Perdida ―frase inventada por el dueño de un garaje donde Gertrude llevaba su auto para que lo arreglaran y que más tarde ella repetiría a Hemingway, diciéndole: “Eso es lo que son todos ustedes, los que sirvieron en la [primera] guerra: una generación perdida”; una frase que, recogida en la novela The Sun Also Rises del futuro Premio Nobel de Literatura, quedó acuñada para siempre en la historia de la literatura.

Tertulia en casa de Gertrude y Alice, 1941: (En el sofá) Gertrude Stein, Fanny Butcher (editora del Chicago Tribune), Alice Roullier (marchante de arte), Alice Toklas y el escritor Thorton Wilder. Al frente, Bobsy (esposa del fotógrafo) y Richard Drummond Bokum, ejecutivo de ventas. Foto: Charles B. Goodspeed
Gertrude y Alice explora la relación compleja entre dos criaturas contradictorias. Por un lado, Alice: pequeñita, una cocinera espectacular que preparaba opíparos banquetes para Gertrude y sus invitados, con un bigote tan visible que los niños creían que era un señor disfrazado de mujer, siempre a la sombra del “genio” de Gertrude, a quien decidió servir y mimar para que hiciera su obra inmortal… de la cual hoy nadie se acuerda, excepto algunos especialistas. Sin embargo, a pesar de su aparente insignificancia, Alice era quien controlaba estrictamente las visitas al círculo de los escogidos que podían acercarse a la diosa Stein; era Alice quien servía de tamiz intermediario a los que deseaban conocer a la diva incomprendida, y quien con su celo contribuyó a crearle una leyenda de escritora extraordinaria cuando, en realidad, las editoriales se negaban a publicar sus libros por ininteligibles. Por otro lado, está Gertrude: maciza y con un eterno sobrepeso, calzada con zapatones enormes, semejantes a suecos, y con el cabello cortado como un emperador romano, de risa fácil y contagiosa, aunque con un ego a la vez duro e inflexible si alguien ponía en duda sus cualidades literarias; sibarita golosa de la cocina de “su esposa”, de su “gatita” (como ella llamaba a Alice delante de todos, sin importarle un comino quien estuviera delante), deseosa de ser famosa, de que se reconociera su genio (lo cual decía sin ambages y sin sonrojarse lo más mínimo), y aparentando ser la más fuerte, llamándose a sí misma “el esposo” de la pareja, aunque en realidad el poder oculto tras las sombras era Alice.
Fue un dúo cuyas vivencias tuvieron más de surrealistas que de cubistas ―como le hubiera gustado a Gertrude, que amaba ese movimiento por sobre todas las vanguardias. Obsesionada por crear algo nuevo con el lenguaje, como estaban haciendo otros artistas a su alrededor, intentó llevar a las letras el concepto del cubismo. Admiraba la obra de Picasso y deseaba poder describir la realidad como él hacía en sus lienzos, mostrándola desde muchos ángulos diferentes. Sin embargo, sus esfuerzos por crear algo realmente original resultaron experimentos fallidos y neuróticos.
Empecinada en su afán por revolucionar la literatura, abandonó las comas y los puntos, alteró las normas de puntuación, y trató de narrar imitando el modo en que la pupila humana salta sin cesar sobre un objeto para apresar el color, el movimiento, las formas… algo que funcionó para el cubismo pictórico, pero no para el literario. Semejante pretensión convirtió sus textos en parrafadas absurdas al estilo de esta:
Cómo puedo tener el aire de aquí y allá y te lo digo a ti te lo digo a ti te amo mi propia joyita. Cómo puedo tener el aire y me importa me importa tu pelo y allí también el resto de ella mi joyita. Amo también a mi joyita. Y ella habrá soportado el frío que está curado está curado está curado y una vaca cómo puede una vaca seguir ahora una vaca puede seguir ahora porque yo tengo una vaca. Tuve una vaca tú tienes una vaca, tienes una vaca, tienes una vaca ahora. (Vaca, según algunos, era su modo surrealista de describir el orgasmo femenino).
Terminó peleándose con todos los que pusieron en duda sus dotes literarias, incluyendo su propio hermano Leo, al que desterró para siempre de su vida después que él se quejó públicamente, diciendo que ella escribía “tonterías ridículas”, “farfulleos subinteligentes” y “completas necedades”. Otros escritores amigos suyos también opinaban lo mismo a sus espaldas, pero su personalidad y su hospitalidad eran tan fascinantes que muchos siguieron atrapados en su telaraña. Al final, Gertrude logró dotar al mundo literario de una de las frases más famosas y citadas de la literatura del siglo XX: “A rose is a rose is a rose”, que se ha convertido en una metáfora para designar las cosas que “son de un modo y no de otro”. (En realidad, la frase original era Rose is a rose is a rose is a rose, pero muchos otros autores y la propia Gertrude adoptaron más tarde la variante más conocida).

La familia Stein en el patio de Alice y Gertrude (París, 1905). De izq. a der.: Leo Stein (hermano inseparable de Gertrude, con quien terminó peleada), su sobrino Allan Stein, Gertrude, Theresa Ehrman (pianista amiga de la familia), Sarah Stein (cuñada) y su esposo Michael Stein, coleccionistas de arte contra quienes Alice Toklas tuvo que librar una feroz batalla legal tras la muerte de Gertrude.
Finalmente, fue un libro terminado en apenas seis semanas (escrito, según Gertrude, en el lenguaje comercial que todos entendían y que ella despreciaba) el que consiguió que fuera ampliamente publicada y reconocida: una supuesta autobiografía de su pareja Alice, en la que, por supuesto, la figura protagónica era la propia Gertrude. Con el inesperado éxito de aquella obra, Gertrude recibió una invitación que la llevó en gira triunfal por todo Estados Unidos, donde finalmente disfrutó de la fama que tanto anhelaba. Alice la acompañó, aprovechando para comprarse muchos pares de guantes, que eran su obsesión.
Semejante combinación de personajes ―y una enorme cantidad de anécdotas delirantes que se cuentan a lo largo de esta obra― nos recuerdan que no siempre los pronósticos y propósitos artísticos se cumplen. No siempre lo que más “suena” en una época subsiste para la posteridad; no siempre los deseos de gloria literaria (para quienes los tienen) se cumplen. ¿Quién hubiera imaginado que la famosa Stein, a quien Hemingway pedía su opinión y cuya crítica aceptaba agradecido, llegaría a ser un lejano recuerdo para las generaciones del nuevo milenio, mientras que él mismo conseguiría el Nobel y tendría uno de los estilos narrativos más estudiados e imitados del siglo?
Y sin embargo, aunque la sombra del tiempo terminó por caer sobre una de las divas literarias más connotadas de su época, semejante olvido no ha logrado desvincularla de los llamados ísmos vanguardistas. Sus experimentos con el lenguaje podrán parecernos pedantes y absurdos hoy, pero su personalidad y su influencia sobre otros autores (acrecentada por la vigilancia feroz de su más fiel admiradora, que nunca dejó de transcribir los ininteligibles manuscritos que la diva emborronaba por las noches) son inseparables de la época más prolífica y renovadora del siglo pasado. Gertrude y Alice lograron el milagro de formar parte de la historia literaria del siglo sin llegar al Olimpo de la literatura.
Gracias por este texto, tan completo, tan esclarecedor.
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Excelente texto……Gracias
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Hilarante y maravillosa prosa sobre estas dos mujeres, cuya historia, aunque ya conocida, esta deliciosamente recreada con la fluidez a la que nos tienes acostumbrados. Gracias una vez mas por esta entrega.
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Interesante. Lo comparto en Facebook.
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