Un milagro llamado Israel (Final)

Edificio del Knesset (Parlamento israelí).

Israel es un sitio para todos los gustos. Desde sus playas en Tel Aviv hasta sus innumerables viñedos, desde la densidad del Mar Muerto hasta el simbolismo histórico de Masada, desde la ciudad del rey David hasta el imponente edificio del Knesset (Parlamento israelí), donde ciudadanos o turistas pueden asistir a sus sesiones plenarias, es difícil hallar otro país tan rico en tradiciones, historia y proyección hacia el futuro como ese territorio de medianos recursos materiales, pero de inmenso potencial espiritual y humano.

Aunque este artículo cerrará la serie sobre mi reciente viaje a Israel, es probable que en otro momento publique algo más relacionado con algunos temas que no llegué a abordar.

Pero ahora quiero hablarles de tres lugares que no siempre se incluyen en las giras turísticas y que les aconsejo no pasar por alto.

Yad Vashem: Museo del Holocausto

Confieso que no me entusiasmaba mucho ir al Museo del Holocausto. Suelo evitar todo lo relacionado con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, porque son temas que me deprimen muchísimo. Así es que respiré hondo y me preparé mentalmente para intentar verlo «como si aquello no fuera conmigo», como decimos los cubanos.

Aunque la experiencia fue sumamente fuerte, como temí desde el inicio, no puedo dejar de recomendarles uno de los mejores museos que he visitado en mi vida.

Su arquitectura está cargada de ese simbolismo tan afín a la cultura judía. El techo es un vértice que se eleva hacia el cielo, y la entrada estrecha y oscura conduce al visitante por un sendero en zigzag que lo obliga a atravesar todas las salas hasta llegar a la enorme abertura iluminada, con Jerusalén en el horizonte. Ese camino es todo un recordatorio de la difícil, pero inspiradora historia de ese pueblo.

Vista aérea de Yad Vashem, el Museo del Holocausto. La principal estructura tiene forma de pirámide alargada para que sus paredes inclinadas soporten mejor el peso de la tierra, pues la mayor parte de la estructura se encuentra soterrada. El angosto techo está cubierto de cristales que dejan pasar la luz.

El museo muestra toda la evolución del nazismo alemán, a partir de los años 1920. En las diferentes salas hay fotos, fragmentos de películas de Hitler y de las marchas militares filmadas por los propios nazis, además de testimonios de sobrevivientes. Es difícil aceptar que el mundo de aquella época se mostrara indiferente a estas matanzas, negándose a creer que fueran ciertas pese a todas las señales que llegaban. Una de las exhibiciones recoge la negativa unánime de los Aliados a bombardear el campo de exterminio en Auschwitz (Polonia), donde más de 1 millón de personas fueron asesinadas.

En el museo hay una reproducción del signo Arbeit Macht Frei (El trabajo os hará libre), que colgaba a la entrada de varios campos de exterminio –una cínica burla hacia las víctimas. Sin embargo, les aclaro que el museo no conlleva ni provoca un mensaje político, sino más que nada una impresión humana. Su objetivo es que los visitantes salgan conociendo qué era el nazismo y comprendiendo que sus víctimas no fueron sujetos distantes, sino personas que tenían sueños y amaban como cualquiera de nosotros.

Por esa razón, allí se conservan ropas, zapatos, muñecas, joyas, y muchos otros artículos de la vida diaria de los judíos en esa época, recuperados de los campos de concentración o de las cámaras de gas. Y es posible sentarse, como hice yo, en el banco de una calle del gueto de Leszno (Varsovia, Polonia), donde los nazis asesinaron a casi todos sus habitantes. La calle ha sido reconstruida a partir de fotos, usando objetos que se recuperaron de las ruinas, desde los adoquines del suelo hasta una farola sobreviviente.

Un piso cubierto de cristales guarda zapatos de personas asesinadas por los nazis. De los seis millones de judíos asesinados, 1,5 millones fueron niños.

El museo también muestra fotos y películas (explicativas o silentes) encontradas en los archivos nazis. Como nos explicó el profesor Aharon Erlich que nos sirvió de guía en el museo: «Los alemanes eran muy eficientes documentando sus crímenes».

Sin embargo, con esa tenacidad que los caracteriza, los judíos también han decidido rescatar del olvido a todos los que perecieron en el Holocausto. Para eso concibieron el Salón de los Nombres (Hall of Names), compuesto por dos conos: uno de diez metros de altura y otro al revés, excavado en el suelo, que está lleno de agua.

En el cono superior, cuya abertura recuerda las chimeneas de los hornos donde los nazis incineraban a los judíos, hay cientos de fotos de las víctimas con textos que revelan sus historias e identidades. Estas imágenes se reflejan en el agua negra del cono inferior, en recuerdo de quienes aún permanecen en la oscuridad.

Alrededor de la plataforma está el archivo circular, que alberga más de dos millones de páginas testimoniales recuperadas hasta la fecha, con espacios vacíos para las víctimas que aún no han sido identificadas.

Salón de los Nombres: Un monumento a la memoria de los 6 millones de judíos asesinados en el Holocausto.

Desde la década de 1950, el museo ha acumulado 110.000 testimonios de audio, video y textos de sobrevivientes del Holocausto. A un costado del salón hay un área con un banco de datos computarizado donde los visitantes pueden hacer búsquedas en línea sobre las víctimas. La meta del museo –nos explicó el guía– es recuperar todos los nombres.

Con la equidad y la generosidad que los caracteriza, los judíos han decidido preservar también el nombre de aquellos benefactores «gentiles» (no judíos) que ayudaron a sobrevivir a muchos de los suyos, arriesgando sus vidas para salvarlos del genocidio.

Jardín de los Justos

Ese sitio, denominado el Jardín de los Justos, es una especie de arboleda al aire libre, dentro del espacio aledaño al museo, donde se han plantado 2.000 árboles que simbolizan el renacimiento de la vida. Pequeñas placas enclavadas al pie de cada tronco muestran el nombre de un salvador y el país donde vivía en el momento de la guerra. Entre ellos está el activista nazi Oskar Schindler, que salvó a más de 1.000 judíos.

Numerosas placas esparcidas por los muros del jardín llevan los 18.000 nombres de personas de todas las naciones que ayudaron a salvar vidas judías durante el Holocausto.

Unos 18.000 nombres más se encuentran grabados en las paredes, agrupados por países. La lista recoge desde reinas hasta costureras, desde monjas católicas hasta científicos.

No dejen de visitar este museo. Es imposible entender el espíritu hebreo si no se acercan a este capítulo de su biografía.

Pienso que todos deberíamos apreciar de primera mano las imágenes y los restos de un suceso que a muchos nos parece lejano, pero que cobra una dimensión nueva cuando lo contemplamos de cerca.

Al mismo tiempo, es la lección inspiradora que nos deja un pueblo que ha atravesado el infierno y ha salido de él con su espíritu más fuerte y ennoblecido.

Yad Vashem Holocaust Museum, View overlooking Jerusalem, Jerusalem, Israel, 2005. Photograph by Timothy Hursley.

Final del Museo del Holocausto. Vista hacia Jerusalén. (Foto: Timothy Hursley).

 

Museo de las Tierras Bíblicas

Situado en Jerusalén, entre el Museo de Israel (Israel Museum) y el Departamento de Antigüedades (National Campus for the Archaeology of Israel), el Museo de las Tierras Bíblicas (Bible Lands Museum) es el único museo arqueológico que explora la cultura de los pueblos y reinos mencionados en la Biblia —antiguos egipcios, hititas, persas, filisteos, fenicios, arameos, y otros más— con una curadoría espléndida que los coloca dentro de su contexto histórico y logra separar la leyenda de la realidad.

Para sorpresa de muchos, cada vez se descubren más pruebas de que la mayoría de las historias bíblicas, lejos de ser puro cuento, tienen un complemento arqueológico palpable. Las excavaciones han ido probando que muchas guerras, batallas, conquistas, imperios y hasta personajes que cualquiera hubiera podido pensar que nacían de la imaginación, en realidad existieron.

El museo contiene dos decenas de galerías dedicadas a diferentes temas: «El nacimiento de las civilizaciones», «Voces literarias: la historia de la escritura», «El mundo antes del patriarcado», «El templo sumerio», «Egipto en el Antiguo Imperio», «Génesis 14: la era bélica», «Los pueblos del mar», «El esplendor de Persia», «Roma y Judea», «Los dominios helenísticos», «El Egipto romano y copto», y otros.

Reconstrucción de un santuario cananeo en Hazor, que data del período de Josué o Débora en la Biblia (siglos XV al XIII a.C.).

Además, siempre tiene exhibiciones temporales o itinerantes, como la que vi en septiembre de 2016, titulada «En el valle de David y Goliat», y que aún en estos momentos (enero 2017) se encuentra activa.

He encontrado un video de 8 minutos (en hebreo con subtítulos en inglés) que muestra el modo en que la arqueología de la región ha estado reconstruyendo el mapa de las narraciones bíblicas. En este caso, es una pequeña muestra de los descubrimientos que han inspirado la exhibición «En el valle de David y Goliat».

Si usted es un apasionado de los museos arqueológicos, como yo, no puede dejar de visitarlo. No solo resultan admirables las piezas maravillosamente conservadas y excepcionalmente iluminadas —como para permitirnos descubrir sus menores detalles—, sino que los medios audiovisuales incluyen videos explicativos que son tan apasionantes como filmes de aventuras… por buscar un símil que todos puedan entender, aunque esta comparación no es justa en su aspecto académico, pues se trata de videos de una rigurosa calidad histórica.

También cuenta con centenares de documentos, monedas, estatuas, cerámicas, joyas, mosaicos, armas y esculturas, provenientes de todas las regiones del Medio Oriente, así como modelos a escala de monumentos como las pirámides de Egipto o los zigurats de Ur, entre otros.

Museo de Israel

Quienes leyeron la primera parte de esta serie recordarán mi comentario sobre la importancia de la tradición simbólica en Israel. Muchas edificaciones, objetos y ornamentos —incluyendo los más modernos— poseen un significado que enriquece su alcance; pero si tuviera que escoger un solo edificio que ejemplificara esta costumbre, este sería el Museo de Israel.

Vista aérea de los edificios que conforman el Museo de Israel.

Sin duda, el primero que salta a la vista es el Santuario del Libro (Shrine of the Book), donde se guardan los Manuscritos del Mar Muerto. Sus líneas imitan una cúpula blanca. En realidad, esta cúpula es solo la parte superior de una estructura mayor, cuyas dos terceras partes se encuentran bajo tierra.

El Santuario del Libro imita la cúpula de los estuches donde se guarda la Torá.

Las curvas del edificio me recordaron la «corona» o kefer del estuche donde suele guardarse la Torá, el libro judío de las oraciones, compuesto por los cinco primeros libros de la Biblia cristiana, conocidos con el nombre genérico de Pentateuco.

Y a decir verdad fue muy apropiado haber escogido esa forma para dicho salón, pues en su interior se encuentran resguardadas las versiones más antiguas de los textos biblicos judeocristianos.

El pasillo que lleva al local de los manuscritos parece una gruta secreta, pese a sus formas modernas. Allí se han reconstruido algunos rincones de las cuevas de Qumrán donde se encontraron, dentro de jarrones de cerámica. También hay información arqueológica sobre los rollos y su historia.

Una vez que se llega al corazón de la cúpula, su interior ratifica la idea de que esa estructura funciona como protectora de los manuscritos. En su centro se alza un nicho circular, cuyo eje es una pieza en forma de cilindro que culmina en un asa gigante para imitar la forma de un rollo.

El corazón del Santuario del Libro. Compárese la forma del nicho central con el estuche donde se guarda la Torá en la foto anterior.

Debido a la fragilidad de los manuscritos, estos no pueden exhibirse de manera permanente, por lo cual se usa un sistema de rotación para que el público siempre pueda ver algunos originales. Después que un manuscrito es expuesto de 3 a 6 meses, se retira de su vitrina y se coloca temporalmente en una bodega especial para que «descanse».

Por cierto, está prohibido tomar fotos pues cualquier exceso de luz puede contribuir a desgastarlos más. Por ello la propia iluminación del local es casi crepuscular, y la luz que reciben los textos en exhibición está cuidadosamente calculada para minimizar los daños.

Una de las experiencias más impresionantes (dentro de un viaje donde estas no faltaron) fue acercarme a escasos centímetros de uno de esos originales que tenía más de dos mil años de antigüedad. Saber que esas páginas habían coexistido con la misma época de Juan Bautista, los apóstoles, la familia de Jesús y el propio Jesús, fue como sentir en carne propia el pasado.

Otra de las atracciones del museo se encuentra en un terreno colateral del complejo al aire libre. Allí se ha construido un modelo a escala de Jerusalén, tal como fue durante el período del Segundo Templo, es decir, más o menos en la época de Jesús. Según la tradición judeocristiana, el Segundo Templo se levantó después que el Templo de Salomón —o Primer Templo— fuese destruido por el rey caldeo Nabucodonosor II. Los detalles de esa reconstrucción son admirables.

Abajo les dejo una galería con fotos de esa ciudad en miniatura, que tomé yo misma, y que espero les ofrezca una idea de esa espléndida maqueta.

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Y se hizo el Nano…

Con esta frase que remeda el famoso versículo bíblico de la Creación, el Museo de Israel ha dedicado un salón a la «nanobiblia»: la Biblia más pequeña del mundo, que debe ser ampliada 10.000 veces para ser leída.

Se trata de un diminuto chip de silicio, del tamaño de un grano de azúcar, donde se ha grabado el texto completo de la Biblia hebrea. Fue creado en el Instituto Technion, de Haifa, por especialistas israelitas. Más que todo, parece un objeto de ciencia ficción que muestra el poder de la nanotecnología, pero es sin duda una maravilla tecnológica donde coinciden el Israel bíblico y el Israel futurista: una mezcla de espiritualidad con ciencia.

Nano chip con el texto de la Biblia hebrea, creado por el Instituto Technion, de Haifa.

A propósito de esto, nunca olvidaré mi primera (y espero que no sea la última) cena de Shabbat. Los Rapaport accedieron a compartir con nosotros esa festividad semanal en la que todas las familias se reúnen para honrar a Dios y recordar el éxodo desde Egipto, después que sus antepasados partieran guiados por Moisés tras ser liberados de la esclavitud.

El Shabbat (o Sabbat, en español) es una tradición que comienza desde la tarde del viernes y termina cuando aparecen las tres primeras estrellas en la noche del sábado. Durante esas horas, casi todo tipo de actividad laboral cesa, en concordancia con la idea bíblica de que Dios creó al mundo en seis días (o etapas) para descansar el séptimo. Durante el Shabbat, las calles de Israel se vacían. La gente se queda en sus casas, conversando en familia o leyendo, casi las únicas actividades permitidas.

Fue una experiencia inolvidable. El padre de familia presidió la enorme mesa. El hijo, un joven de veintitantos años que acababa de terminar el servicio militar –en Israel es obligatorio para hombres (3 años) y mujeres (21 meses)– y cursaba su último año para graduarse de Leyes, sirvió una comida consistente en tantos platos que perdí la cuenta. Había todo tipo de sopas, cremas, carnes, ensaladas, frutas y postres, todo exquisito y hecho en casa.

Desde la cocina, la madre organizaba los platos –preparados antes del comienzo del Shabbat– con ayuda de una empleada. Y su hijo los iba sacando y distribuyendo a los comensales. Cuando la madre se sentó a la mesa con nosotros, el hijo terminó sirviéndole también a ella.

Entre oraciones, bromas y canciones tradicionales judías transcurrió la velada, donde cada cierto tiempo la familia oraba o cantaba. Uno de los rituales más interesantes fue cuando el padre empezó a leer narraciones de la Torá y luego le preguntaba al hijo si podía interpretarlas. De vez en cuando, el padre asentía ligeramente o añadía algún otro significado que ampliaba o profundizaba lo que había dicho el hijo. Para mí fue muy curioso cómo las historias de una tradición milenaria eran aplicadas a la vida cotidiana actual de un modo que nunca se me hubiera ocurrido.

Pero lo más extraordinario de esta dinámica familiar fue la manera en que un joven, a punto de concluir una carrera universitaria, seguía con atención las palabras del padre y la deferencia con que trataba a ambos progenitores.

Traigo a colación toda esta historia porque pienso que refleja la identidad de un pueblo que sigue practicando los preceptos religiosos y éticos de sus ancestros, manteniendo el respeto a la tradición y a sus mayores, pero que también rinde culto a la educación, a la creatividad y a la inventiva. Esta mezcla podría explicar por qué los judíos, que apenas constituyen el 0,2% de la población mundial, han sido los receptores de la quinta parte de todos los Premios Nobel otorgados hasta el momento: una proporción a la que no se acerca ninguna otra nación.

Es imposible no admirar a gente que, desde los tiempos bíblicos, no ha dejado de ser atacada, maltratada, esclavizada y asesinada, sin contar con todas esas teorías conspiratorias de las que se le sigue acusando, y que, sin embargo, ha sobrevivido dispersa por el mundo y en un trozo de tierra semiárida que se le entregó, casi como dádiva, después del Holocausto, pero que hoy por hoy es uno de los pueblos más educados y cultos del planeta. Por eso, si me preguntaran cuál es el mayor milagro ocurrido en la milenaria historia de Israel, yo dejaría a un lado los prodigios bíblicos. Para mí, ese milagro es su propio pueblo.

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Atardecer en el Valle del Jordán. (© Foto de la autora)

Nota final: Quiero darles las gracias a todos los que hicieron posible este viaje: a nuestro sabio guía Moshe Cohan, que tuvo la paciencia de responder a nuestras preguntas más locas e inesperadas; a Bracha Katsof, nuestra Brachita, tan dulce y simpática como trabajadora y siempre lista para resolver cualquier problema; a los diversos guías que nos atendieron, entre ellos, el profesor Aharon Erlich, en el Museo del Holocausto; Adrian Laufer, que nos llevó por los laberínticos túneles bajo el Muro de los Lamentos, y al resto cuyos nombres no conservo; a Ashley Perry, con quien conocimos datos históricos sobre los «conversos» de la Penísula Ibérica (en la época de los Reyes Católicos) y sus descendientes, y sobre su proyecto Reconectar, que ayuda a los descendientes de sefarditas (judíos hispanos) a reconectarse con sus raíces judías; a Carlos Gurovich, que compartió con nosotros en los estudios de i24News; al Tte. Co. Peter Lerner y a la Tte. Tamara Epelbaum, que nos recibieron en el mirador del Monte Adir, y nos explicaron las complejidades de la estrategia contra el terrorismo y las hostilidades que deben enfrentar los militares de su país; a la familia Rapaport, por su generosa y cálida acogida; y a la larga lista de personas que nos dieron la bienvenida en todos los sitios que visitamos. Mi agradecimiento especial para nuestros tres principales anfitriones, Avi Yair, Yossi Yair, y Hanna HaCohen, que cuidaron cada detalle para brindarnos una maravillosa experiencia histórica, arqueológica, social y humana. Y, last but nor least, a Gilad Erdan y al Ministerio de Asuntos Estratégicos de Israel, que patrocinó este viaje en coordinación con America’s Voices in Israel. Shalom a todos.

5 comentarios

Archivado bajo Arqueología, Arquitectura, Viajes

5 Respuestas a “Un milagro llamado Israel (Final)

  1. Enma D Rodriguez

    Extraordinaria visita
    Sera recurrente mi lectura hasta comprender ,si es posible,mucho mas el pueblo isrraeli.
    Gracias Daina/

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  2. Con tus crónicas maravillosas me han dado ganas de llegarme por allá. ¡Esos manuscritos! Y qué linda la experiencia con la familia. De plano ya me quiero zumbar a ver todo eso. Abrazongo nuevo mexicano, la Te

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  3. Tal vez una nueva novela saldrá de esta visita inolvidable. ¿Qué crees? ¡Ojalá! No me parece que haya mucho escrito (en español) sobre los judíos cubanos.

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