
Ruinas de Luxor
Últimamente he estado leyendo más que de costumbre sobre ciertos temas relacionados con el mundo antiguo. A decir verdad, es una obsesión que arrastro desde la adolescencia, y cada vez me interesa más indagar en las épocas que nos precedieron. No cabe duda de que hemos perdido un legado extraordinario, tanto en cultura como en tecnología, proveniente de nuestro pasado. Pocas civilizaciones dejaron rastros obvios de su presencia; otras, solo algunas ruinas o dibujos; y muchas más apenas son recordadas en mitos y leyendas. Pero incluso las que han dejado huellas visibles, se mantienen bastante ajenas a nuestro ojo contemporáneo; ni siquiera hemos logrado tener una visión cabal de su espiritualidad, de su sentido estético o de sus motivaciones religiosas, aun cuando se trate de civilizaciones estudiadas y exploradas hasta el cansancio, como la griega o la egipcia.
Para poner un ejemplo, la escultura renacentista y moderna, que se cree deudora directa de la estatuaria grecorromana, en realidad tomó un camino adulterado desde el Renacimiento. Cuando artistas como Michelangelo, Bernini o Donatello esculpieron sus icónicas obras en mármol blanco, pensando que seguían los parámetros del ideal clásico, se equivocaban de medio a medio, porque toda la escultura antigua requería del toque final de la pintura para ser considerada una obra digna de dioses y reyes.
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