Me he levantado de madrugada, sin poder dormir, con raras imágenes en la cabeza después de haber intentado hacer mi acostumbrada meditación nocturna. Ha sido como si mi espíritu saliera del cuerpo, no hacia un lugar conocido, sino lejos de la Tierra. Pero no ha sido exactamente un desdoblamiento –ningún out-of-the-body experience–, sino un aluvión de imágenes que sentía caer sobre mí, casi atacándome. Estaba en el espacio. Me movía entre planetas de paisajes absurdos: noches azules, cielos estrellados con franjas de nubes como auroras boreales, una civilización de gigantes con emociones incomprensibles, salones inmensos donde criaturas semejantes a dioses sumerios manipulaban jeroglíficos de oro… Imposible meditar con esas imágenes en la cabeza.
Me senté ante la computadora, movida por un impulso que violaba mis propias reglas nocturnas de no acercarme a ningún equipo electrónico por las noches. Y apenas he buscado la palabra ciencia ficción, aparece la noticia: Ha muerto Frederik Pohl. Y la noción me golpea con violencia. Se ha ido el autor de clásicos irrepetibles como Pórtico (Gateway) y Los mercaderes del espacio (The Space Merchants), que co-escribió con Cyril M. Kornbluth, dos obras que contribuyeron a solidificar una visión narrativa donde la regla más importante –y paradójica– era rebasar los límites de la imaginación sin destruir la lógica científica. Era uno de los pocos sobrevivientes de la Edad de Oro de la ciencia ficción anglosajona, que tuvo su mejor época entre los años 30 y 50. Para quienes descubrimos el género en nuestra infancia y lo amamos desde el primer momento, Pohl era uno de los Maestros.
Tuve la infinita suerte de conocerlo en un Congreso Internacional de Escritores de Ciencia‐Ficción, celebrado en Moscú, en la ahora extinta Unión Soviética. Yo era la benjamina del evento: la única escritora invitada de América Latina que, además, no llegaba a la treintena. Fue así que pude conocer a escritores como John Brunner (Gran Bretaña), Harry Harrison (Irlanda), Olga Lariónova (URSS), Josef Nesvadba (Checoslovaquia) y Alan Dean Foster (Estados Unidos). Y en medio de esos íconos, se hallaba el más grande de todos: Frederik Pohl, un caballero de voz pausada y susurrante, de ademanes lentos y cuidadosos, que tuvo la gentileza de concederme una entrevista que publiqué luego en aquel único número de NOVA, antecedente de los fanzines que hoy existen en Cuba.
Son las cuatro de la mañana y escribo este obituario, aún con la cabeza llena de paisajes alienígenas, segura de que algún sexto sentido, desconocido por la ciencia pero perfectamente aceptado dentro de este clan de soñadores, me avisó de la partida del Maestro hacia esos mundos desconocidos y maravillosos. Otro de los grandes ha atravesado un pórtico que lo llevará hacia una vida más allá de esta, dejándonos con la mente plagada de historias y escenas imposibles que sólo el espíritu es capaz de presentir.
«Los mercaderes del espacio»… Lo leí en mi adolescencia y hace poco estaba pensando cómo conseguir ese libro para releerlo. Gracias por recordar a este autor clásico de la CF.
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Los Mercaderes fue uno de los pocos libros de CF anglosajona editados en Cuba. Todavia es frecuente encontrarlo por aqui en librerias de viejo. Antonio, puedes escribirme a traves de Daina y te lo consigo en papel o te lo mando en version digital. Muchos años despues lei Portico y me estremeció la analogia entre aquellas personas desesperadas que se lanzaban a rutas desconocidas en busca de una hipotética fortuna y los balseros cubanos
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Shock!
Los mercaderes del espacio es una obra indispensable para todo el mundo, sin importar si gustan de la ciencia ficcion o no. Nunca he podido desprenderme de ese libro, es como si se escribiera de nuevo cada vez que lo leo.
RIP, Pohl.
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