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Fe de vida: la pasión íntima de Dulce María Loynaz

En esta época de extravagancias y vulgaridades, donde sobresalen los artistas que más provocan o vociferan, prefiero regresar al universo de los solitarios y los ermitaños, de los herejes ocultos y de los creadores retirados. Llevo meses visitando de nuevo lecturas de juventud e incluso de infancia, descubriendo o redescubriendo las obras de autores que siempre he admirado y que por alguna razón se me escaparon en los momentos de mis primeros acercamientos a ellos. Por eso he vuelto a los textos de una escritora cubana, cuya vida es la antítesis de todo lo que representa esta época: Dulce María Loynaz (1902-1997).

Fe de vida: la pasión íntima de Dulce María Loynaz

Dulce María Loynaz

Puedo imaginar lo que esta dama de las letras habría pensado de estos tiempos donde el pudor, la vida privada, la humildad y la decencia, se han convertido en cosas del pasado. Imagino lo terrible que hubiera sido para ella haber tenido que lidiar con una sociedad que insistiera en convertirla en espectáculo, como ocurre a menudo en estos días, cuando ella solo aspiraba a encontrar su propia luz en las sombras donde siempre se refugió para crear su propio universo. Quien conozca su obra, sabe que hubiera aborrecido todo ese circo mediático que son ahora los medios e incluso las redes sociales, que son el reflejo de cada creador. Ella se encontraba en las antípodas.

Y lo digo después de leer el único de sus libros que aún no había caído en mis manos: Fe de vida.  

Más que un texto autobiográfico —aunque también lo es—, se trata de unas memorias dispersas que se centran en la personalidad de su segundo y último esposo, Pablo Álvarez de Cañas, un hombre de origen humilde, natural de Tenerife, que viajó a Cuba siendo muy joven, y se abrió camino como periodista de crónicas sociales, llegando a ser amigo y consejero de muchas figuras de la política y la sociedad.

Con su prosa casi decimonona, que mantiene el tono reflexivo de una época más reposada e introspectiva que esta, Loynaz repasa las diversas facetas de ese hombre a través de anécdotas rescatadas de sus propios recuerdos. Ella misma reconoce que ese recuento podría ser imperfecto pues se vale de recuerdos e impresiones, más que de datos concretos. A esto se suma el hecho de que, según sus propias palabras, ese hombre había sido un individuo de carácter contradictorio que podía ser calificado de divertido, reservado, magnánimo, inestable, generoso, superficial, caballeroso, romántico o frívolo, pero que había sido capaz de esperar “por veintiséis años a la mujer que había elegido, aun cuando ella fue quien no esperó” (pág. 117). Este personaje que ha intrigado siempre a los lectores de Loynaz, que no han dejado de preguntarse quién fue ese individuo oscuro que logró captar el interés de una mujer tan independiente y obstinada como ella, no abandona su misterio al final de esas memorias, lo cual no significa que la lectura del libro no valga la pena por muchas razones.

En primer lugar, Loynaz realiza un retrato extraordinario de la sociedad y de la vida urbana dentro de una época que ella nunca cesó de añorar; de una Habana que olvidó sus modales, su manera de hablar, de reunirse, de comportarse y de relacionarse. Su queja no es el lamento habitual de alguien que no quiere reconocer la inevitabilidad del cambio, sino un reproche consciente sobre pérdidas absurdas y arbitrarias que pudieron evitarse, según sus propias palabras:

“¡Cómo hacer creer a los que vendrían luego que aquel Vedado era un lujo que podía permitirse la ciudad y con la ciudad un pequeño país donde no existían éxodos en masa, ni asaltos a embajadas, ni gente perseguida ni perseguidores!… Ya no existe El Vedado, como no existen Pompeya ni Palmira. Como no existe Machu Pichu. Pero estas al menos debieron su destrucción al rodar de los siglos o a las tremendas fuerzas de la Naturaleza, aún imponentes y grandiosas en su potencia de aniquilamiento. La misma Cartago fue arrasada por los hombres que peleaban su guerra, extranjeros en ella. En cambio, nuestro Vedado fue enterrado vivo por la estulticia y la avaricia de hombres nacidos bajo su mismo cielo…” (pp. 35-36)

Por otro lado, no encontraremos en sus páginas una crónica descarnada ni naturalista, sino más bien escenas dibujadas en claroscuros, donde hay momentos descritos con precisión casi fotográfica, que son velados de inmediato por expresiones que difuminan la escena, como si su autora pusiera un súbito freno a sus confesiones por temor a cometer alguna indiscreción. Ese estilo personal de narrar, aplicable también a su poesía, no deja de recordarme La Habana de mi juventud, cuando paseaba por barriadas como el Vedado, Miramar o la antigua Ampliación de Almendares (hoy incorporada al municipio Playa) por esas aceras donde la luz y la sombra se alternaban a cada paso.

Pese a que este libro tiene como premisa despejar las incógnitas sobre la personalidad de Pablo Álvarez de Cañas, hacia la mitad se produce un giro donde es la propia escritora quien se erige —quizás involuntariamente— como protagonista, a partir de un Intermezzo donde se detiene a reflexionar sobre la otra relación enigmática en su vida: su primo Enrique de Quesada y Loynaz, su primer esposo, cuyo paso por esas páginas nos deja también con la impresión de hallarnos ante otro retrato incompleto, aunque no menos fascinante. Esa ambigüedad podría no ser la respuesta que muchos quisieran obtener, pero en ello radica gran parte del hechizo. Y es que tal vez no exista una sola respuesta definitiva para descifrar las relaciones entre personas que no pudieron haber sido más diferentes. La vida está llena de eventos así. 

Fiel a su intimidad, Loynaz cuenta a medias algunos hechos, eludiendo o saltándose otros que evidentemente debieron ocurrir. Su personalidad literaria nunca abandona la cautela, dejando que el lector saque sus propias conclusiones.

Es precisamente ese carácter elusivo lo que hace que estas memorias se avengan al calificativo mayúsculo de la verdadera Literatura. En sus páginas, el amor se deduce de los susurros y la pasión permanece al amparo de las miradas indiscretas, por lo que el lector tendrá que contentarse con su propia interpretación de los hechos, en lugar de esperar revelaciones directas, como harían hoy muchos escritores.

Por mi parte, sigo amando la levedad de su prosa, esa inasibilidad de las circunstancias, como mismo amé su poesía cuando la descubrí mientras buceaba en los polvorientos archivos de la Biblioteca Nacional José Martí, de La Habana, en los lejanos años ochenta, hasta tal punto que me atreví a dedicarle un artículo —publicado en El Caimán Barbudo en 1985, hace ya la friolera de 40 años— a sus Poesías escogidas (Letras Cubanas, 1984), la primera antología de su obra que se publicó en Cuba después del largo ostracismo oficial al que fuera sometida durante décadas. Perdí ese ejemplar, tantas veces leído y manoseado, cuando mi padre tuvo que deshacerse de lo que quedaba de mi biblioteca habanera, imposibilitado de luchar contra las plagas que la invadían. Espero que ese libro esté hoy en manos de algún lector que valore su poesía.

Fe de vida complementa y alumbra la percepción que Loynaz tuvo del mundo que perdió y del nuevo que terminó por destruir la ciudad que tanto amó, apuntalando así la leyenda de la más lírica y políticamente indomable de todas las poetas cubanas.

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Réquiem por Ursula K. Le Guin (1929-2018)

Ha muerto Ursula K. Le Guin, la inigualable Maestra entre Maestros, la creadora que nos hizo soñar a jóvenes y adultos con planetas oceánicos poblados de islas que viajaban a la deriva, en esa saga maravillosa que fueron las novelas de Earthsea (Terramar, en su versión al español): Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuán, La orilla más lejana, Tehanu, En el otro viento; la visionaria que nos legó uno de los grandes clásicos transgresores sobre la sexualidad, en La mano izquierda de la oscuridad; que alzó su voz contra la xenofobia en El nombre del mundo es bosque; que nos mostró facetas distópicas nuevas, que aún obligan a la reflexión, en Los desposeídos; que rompió barreras y lanzas en la ciencia ficción y la fantasía durante una época en que ambos géneros aún se hallaban dominados por los hombres.

Fue la inspiradora de decenas de escritores y escritoras de mi generación. Muchos de quienes escribimos estos géneros la convertimos en nuestra musa y guía, en el referente más alto al que aspirábamos a llegar, aún sabiendo que eso no ocurriría.

Y no obstante, haberla leído nos obligó a apostar por los desafíos más extremos, porque después de leer sus historias y de conocer a sus personajes, todo lo demás parecía banal si no nos lanzábamos al abismo.

Ha muerto la mejor escritora de ciencia ficción que conoció el siglo XX, a quien la Biblioteca del Congreso en Estados Unidos otorgara el título de Leyenda Viva en 2000, por su contribución al legado cultural del país.

Y para quienes ya estábamos acostumbrados a formar parte del mundo en que ella vivía, que la amábamos desde que leímos su primer libro, será difícil acostumbrarnos a la idea de que no sigue viva y escribiendo en su hogar de Portland, Oregon. Con su desaparición física se va un pedazo de nuestra vida. Ahora solo nos queda rendir el mejor de los homenajes a una escritora inigualable: volver a visitar esos mundos que nos ha dejado como herencia.

Gracias por los caminos abiertos, por los sueños, por la luz.

Buen viaje hacia la eternidad.

Mapa del planeta Terramar (Earthsea)

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Un «Faraón» olvidado por el mundo editorial

Escena de la película polaca «Faraón» (1966), de Jerzy Kawalerowicz

Desde hace algún tiempo me he dedicado a buscar clásicos pendientes. Una de esas lecturas aplazadas, por razones ajenas a mi voluntad, fue la novela Faraón, que incluí sin dudarlo un ápice en la lista de Mis lecturas preferidas del año 2013. Conocía la adaptación cinematográfica que hiciera Jerzy Kawalerowicz en 1966, y que sigue siendo lo mejor que ha llegado al cine relacionado con el Antiguo Egipto. Vi esa película muchas veces mientras vivía en Cuba, y volví a verla hace poco. No ha envejecido un ápice.

Faraon_edición cubana

Portada de la edición cubana (2001)

Aunque sabía que el filme estaba basado en una novela homónima, nunca logré dar con ella. Ya en el exilio, la busqué por Internet durante años, pero solo encontré ediciones en polaco. Finalmente pude leerla, gracias a un buen amigo que me envió su ejemplar desde Cuba, al parecer el único país donde se ha publicado una edición en español de esta obra.

Escrita hace un siglo por el polaco Boleslaw Prus (seudónimo de Aleksander Glowacki, 1847-1912), la novela se deja leer con la fluidez de una obra contemporánea. Su primera publicación ocurrió en forma seriada durante 1895-96. Y aunque antecede en medio siglo a Sinuhé el egipcio (1945), la novela de tema faraónico más famosa y leída del mundo, el texto de Prus no tiene nada que envidiarle al del finés Mika Waltari.

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Mis lecturas preferidas del año 2013

Libros2013

Cada vez que termina un año, la prensa, los blogs y los portales publican sus listados de las películas más taquilleras, los peores desastres, las personalidades más sexy, las tecnologías más innovadoras, los mayores escándalos, y todo tipo de inventarios que intentan resumir las actividades del año, agrupándolos en temas que van desde los más sublimes hasta los más intrascendentales o ridículos. También muchas personas resumen sus logros, sueños o pérdidas al final de cada año. Por mi parte, me gusta hacer un recuento de los mejores libros que he leído.

En medio del maremagno de publicaciones, sé lo difícil que resulta para un lector distinguir las obras realmente valiosas de las mediocres. Muchas veces la prensa se guía más por los altibajos del mercado que por el verdadero valor de un libro. Como no me considero crítico ni especialista, no me interesa mostrar que estoy al tanto de las novedades. Mi lista contiene simplemente los mejores textos que han llegado a mis manos durante los últimos doce meses, no importa si se trata de obras recientes o de clásicos ya antiguos que, por alguna razón, no había leído antes. Mi intención es suministrar una guía basada en valores estéticos y conceptuales. El orden de aparición no indica una preferencia personal de unos sobre otros. Creo que todos son igualmente excepcionales.

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Gertrude y Alice: Una rosa no siempre es una rosa

GertrudeyAlice_TusquetsLa literatura no siempre se hace con literatura: es lo que pienso al terminar de leer Gertrude y Alice (Tusquets, 1994), la exquisita y delirante biografía escrita por Diana Souhami sobre una de las parejas lésbicas más famosas del siglo XX: Gertrude Stein y Alice B. Toklas. Ambas norteamericanas de pura cepa, crecieron y vivieron en California, a escasa distancia, y finalmente se conocieron en el tumultuoso París de 1907. Desde entonces vivieron juntas hasta la muerte de Gertrude, en 1946. Pasaron en Europa las dos guerras mundiales, conocieron a casi todos los escritores, pintores y artistas célebres del período. Reunieron una extraordinaria colección de pintura, que compraron a precios hoy risibles, pues tuvieron contacto directo y supieron apreciar las obras de Picasso, Cézanne, Renoir, Braque, Matisse y otros grandes, cuando muchos de ellos aún no eran considerados clásicos. Sus tertulias incluyeron a escritores como Ernest Hemingway, Guillaume Apollinaire, Sherwood Anderson, Thorton Wilder y otros visitantes por el estilo. Algunos como James Joyce, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis y Dashiell Hammett, también tropezaron con ellas en medio de la ajetreada vida cultural de esos días.

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