Cuando hace casi veinte años comenzaba mi investigación para escribir La isla de los amores infinitos, nunca imaginé que, lustros más tarde, fungiría como madrina en el nacimiento de otro libro —ajeno— también relacionado con la cultura china.
En mi novela trataba de mostrar, a través de una saga familiar, los conflictos raciales y culturales de las tres etnias principales que llegaron a conformar lo que hoy se conoce como la nación cubana. Ya se habían escrito textos académicos y de ficción sobre las etnias blanca y negra, provenientes de Europa y África, pero no existía ninguna novela que se sumergiera a fondo en los problemas sociológicos o psicológicos de esa cultura en Cuba; y apenas existían unos pocos libros testimoniales o investigativos sobre la colonia china en la isla. Si hoy esa bibliografía sigue siendo escasa, en aquel instante (hablo del año 1998) apenas superaba la decena de títulos.
Desde hace tiempo me pregunto por qué se sigue dividiendo la buena literatura en categorías que separan y restan —en lugar de unir y sumar— a sus posibles lectores. Y lo digo porque cada vez encuentro más apasionantes esos libros que llevan el sello de JUVENIL cuando los comparo con otros que son supuestamente para adultos.
Ando más que retrasada con los artículos que me había propuesto escribir sobre mis últimas lecturas. Y es que después de muchos años en los que no había leído mucha ciencia ficción —aunque sí abundante fantasía, arqueología y literatura mainstream o tradicional—, he regresado al género leyendo mucho más de lo que podré reseñar. Esa ansiedad de lectura se debe a que por fin entregué mi última novela del ciclo “La Habana Oculta” en el que venía trabajando desde hacía dos décadas y ahora he querido refrescarme retomando un género donde me siento muy a gusto.
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