A veces me parece que vivo en un mundo esquizoide. Por un lado, muchos de los best-sellers actuales son monumentos a la peor literatura light. He intentado leer algunos ―pensando nostálgica y erradamente que podría encontrarme con algo semejante a aquellos éxitos editoriales de otras épocas como El nombre de la rosa, Bomarzo o Sinuhé el egipcio―, pero al final siempre son el tipo de libros que, tan pronto termino de leer (si es que los leo hasta el final), me dejan un espantoso vacío y una desagradable sensación de haber malgastado horas preciosas de mi vida.
Por otro lado, los medios masivos (desde la televisión hasta publicaciones supuestamente serias) promueven entrevistas a dudosos cantantes e intérpretes cuyo único talento consiste en disfrazarse de mamarrachos… supongo que con la intención de hacernos olvidar su total incapacidad para cantar o componer algo que valga la pena.
Uno podría pensar que el mundo del arte ha perdido todo tipo de valores, que el público sólo quiere escuchar canciones con letras incoherentes y plagadas de groserías, o que los lectores sólo siguen series aburridas y repetitivas de vampiros adolescentes o narraciones de un erotismo gris para amas de casa. Pero al mismo tiempo, de manera inexplicable, no dejo de escuchar comentarios de personas hartas de toda esa parafernalia farandulesca que parece haberse apoderado de los medios. Es como si existiera una corriente underground de gente que anhela y añora la buena literatura, la buena música, el buen arte… aunque, quizás apabulladas por lo que las rodea, parecen casi temerosas de expresar lo que quieren, como si exigir algo diferente fuese un crimen de lesa época.

Vivimos en medio de un caos donde el concepto de arte se confunde con el de farándula, aunque es obvio que existe un público silencioso que se siente minimizado e ignorado por los medios de difusión y de mercadeo: cómplices de una banalidad a la que deberían combatir o, al menos, servir de tamiz crítico.
No sé si todo es parte de una crisis generalizada que algún día terminará. No sé si las aguas volverán a su nivel. Por mi parte, intento subsistir en el vórtice del desbarajuste cultural. Me dedico a bucear, en medio de este océano confuso, para encontrar autores clásicos del pasado y unos pocos contemporáneos que, sin tanta alharaca mediática, continúan creando sin hacer concesiones al mercado. Tal vez muy pocos de ellos salgan a menudo en la prensa, pero sus obras se han convertido para mí en una opción ineludible. Ellos son, hoy por hoy, la diferencia entre mi supervivencia espiritual o morir de asfixia ante la avalancha de mediocridad que amenaza con arrastrarnos a todos.

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